Una vez, un día
cualquiera.
En el primer segundo.
Después el viento, la voluntad y la lucha de clases
lo estrellan, o lo moldean, o lo desaparecen, o lo hacen
brillar.
Un día. Un choque. Un encuentro.
El destino
La fuerza de los que desean.
El hartazgo de la vida tal como era.
El sueño que se piensa a sí mismo en tres dimensiones.
Voces, gritos. Cuerpos que se encuentran. Ideas que
hacen brotar el agua.
Un día, una noche.
Allí comienza la historia, en el más íntimo anonimato.
En la más simple de todas las costumbres aprendidas
alguien mira distinto la misma realidad.
Alguien es capaz de ver y de escuchar lo que viene.
En el más pequeño de los instantes
una nena descubre la palabra,
una chica
descubre el orgasmo,
un muchacho
descubre el universo,
una pareja se
funde en lo profundo,
una obrera comprende la explotación,
un pueblo comienza su revolución.
Allí donde todos los días era igual todo cambia.
Estalla, sangra, duele, nace, se transforma.
A veces comete el pecado de morir antes de haberlo hecho
todo
pero nadie puede decir:
-Esto no ha pasado nunca.
Ni la nena que escuchó su propia voz nombrando un
objeto.
Ni la chica que celebró su cuerpo entre temblores.
Ni el muchacho que alzó la cabeza hacia el cielo.
Ni la pareja que se miró a los ojos hasta dolerse.
Ni la obrera que soñó con matar al capataz.
Ni el pueblo que salió a quemar las iglesias.
Un día, una noche. Ellos y nosotras.
El chacal y los
corderos sublevados.
Un día ardemos y ya no somos los mismos.
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